En estas fechas, cuando Emy era pequeña, había muchas reuniones en círculos de hadas entre los bosques mágicos. Entre los bailes y la comida que compartía con sus hermanas hadas, le encantaba escuchar las historias de las hadas que vivían y trabajaban en la Tierra. Los bosques de distintos lugares se mezclaban mágicamente durante las fiestas y daban oportunidad a que las hadas pasaran juntas fiestas y otras celebraciones.
Emy escuchaba estas historias en las que en la Tierra había mucha magia para los humanos. A las hadas les gustaba ayudar a los humanos. A veces salía bien, y a veces a los humanos les podía parecer… raro. Las hadas contaban que había un señor barbón que llevaba regalos a los niños que se portaban bien, había otro para los que se portaban mal. Había duendes y elfos que trabajan en talleres haciendo juguetes. Pero a veces, aun con todo ese trabajo, no todos los niños tenían regalos.
Las hadas de azúcar salían a regalar dulces a todas las casas posibles. En ocasiones, llenaban los árboles dentro de las casas de bastones de dulce, palomitas y caramelos. Emy se imaginaba haciendo esas decoraciones y también comiendo gran parte de ellas. La pequeña hada imaginaba que sería un trabajo genial para ella. Amaba mucho los dulces y le encantaba el hecho de que la llamaran “el hada de azúcar”. También había una historia en la que el hada era una princesa y peleaba con un montón de ratones para salvar a un príncipe y que pudiera regresar con su familia… o algo así. Esas historias eran la manera en que las hadas mostraban a las más jóvenes los posibles trabajos. La pequeña Emy estaba 100% segura de que quería convertirse en una de esas hadas de azúcar y llenar muchos hogares de dulces y felicidad y esperanza. Sonreía mucho al pensar en todos los diseños que podía hacer con distintos dulces y galletas. Hasta que una noche, en un círculo de hadas escuchó sobre un tipo de hada que obtienen unas alas muy especiales, y no solo eso, usarían su magia para ayudar a las estrellas a cumplir deseos. Y al escuchar esas palabras sintió cómo en su interior todas sus aspiraciones cambiaron, y se olvidó de ser un hada de azúcar.