Atrapados en el mar

Hace muchos años, mi mamá me contó una historia en la que unos unicornios habían sido atrapados en el mar por un toro rojo. Ahí duraron muchos años, hasta que otro unicornio los fue a rescatar. Era un cuento lindo, el unicornio vivió muchas aventuras divertidas y tristes hasta que rescató a sus compañeros. Hizo amigos nuevos, conoció a un príncipe y también a un mago. Tuvo que convertirse en humana para esconderse del toro rojo y de otras personas que la buscaban por su magia de unicornio. Y en su forma humana experimento muchísimas cosas. Al final, tuvo que regresar a ser un unicornio para poder ayudar a sus amigos.

Siempre pensé que la historia se la había inventado mi mamá, pero no; resulta que hay un libro que la cuenta. No les voy a arruinar la versión del libro contándoles el final. A mi me gusta más la versión de mi mamá, porque en ella el unicornio hizo lo que pudo. No se convirtió en heroína al rescatar a todos los unicornios del mundo. Simplemente no pudo. Rescató a algunos de sus compañeros, los que pudieron salir de las olas del mar mientras ella aplacaba al toro rojo, y después buscó la manera de volver a ser humana, para poder realizar su amor con el príncipe. Si, ya sé: son niñerías, pensamientos inocentes en los que nos refugiamos. Pensar que el amor lo conquista todo, pero ¿y qué? A mí me gusta pensar que sí lo puede hacer.

Les cuento todo esto, porque hace un par de semanas fui a la playa. Iba toda la familia y algunos amigos míos y de mis hermanos. Nos quedamos en un hotel que estaba en lo alto de un acantilado, y en las noches, era mi fascinación salir a ver las olas del mar chocar contra él. Al principio no quería, me daba miedo. La noche era obscura como boca de lobo, pero la luna iluminaba el agua de mar por debajo de nosotros y la espuma se tornaba plateada. El sonido poderoso de las olas se asemejaba al de los cascos de miles de caballos corriendo al mismo tiempo en una estampida.

Me quedaba horas y horas mirando aquello, y ocupaba toda mi fuerza para no tirarme al agua. La belleza de tal espectáculo me llamaba a vivirla en carne propia. Ser arrastrada por el mar, convertirme en esa espuma. Y de pronto salía el sol, se calmaba la fuerza, las ganas de brincar, y regresaba a mí el sueño.

Mis amigas salían a divertirse, mis hermanos corrían y jugaban en la alberca con otros chicos de su edad. Mi mamá acariciaba mi pelo mientras me recostaba en su regazo, estábamos en una de esas camas que ponen alrededor de las albercas para tomar el sol. Pensé que me reprendería por estar saliendo todas las noches al peligroso borde del acantilado y regresar a mi cuarto una vez que el sol salía; sin embargo, el cariño que percibía en sus largas caricias a mi pelo me decía otra cosa.

– ¿También los ves? – preguntó sin más preámbulos, mi madre.
– Sí –. Sabiendo perfectamente a lo que se refería.

Memorias

Me sorprendió tanto soñar contigo. Un sueño placentero en el que revivimos nuestras aventuras infantiles, nuestras pláticas infinitas por teléfono, nuestras memorias; un pequeño tiempo juntas. Rumbo al final de él me sentí inquieta, extraña, triste. A lo lejos sonaba un timbre, el teléfono comenzó a sonar. Respondí. Me dieron la noticia de que ya no estabas aquí.
Te fuiste, te adelantaste, te convertiste en una estrella y nunca más viviremos lo que soñé. Qué frío fue todo, casi clínico: un saludo falso, el aviso, un adiós apresurado. Ese lo siento no fue sentido. Una voz extraña para mi, pero, tal vez, ahora esa persona estaba más cerca de ti que yo. Tal vez yo era una de tantas personas en una lista. Entonces desee que la distancia no hubiera existido, que hubiéramos compartido más momentos, más salidas. Más. Y quise también saber con seguridad que me quisiste tanto como yo, aunque fuera mentira; oírlo de tu boca.
Me impresioné tanto que no te lloré. Ha pasado el tiempo y recuerdo amargamente ese día. Trato siempre de cambiar el sabor, recordando aquel otro momento al final del verano en el que nos conocimos. Cómo nos divertimos al encontrar cosas en común, sobre todo al descubrir que nos divertían las mismas canciones y los mismos libros. Cómo, bajo el sol más azul del año, nos mecíamos en unos columpios demasiado pequeños para nosotras, y que no nos desalentaba la posibilidad de volar un poco. Aquel instante en que las dos resentimos a la niña rubia que tenía acaparados a todos los demás del parque, sólo porque traía una muñeca nueva. Y ni tú ni yo pudimos retener a los otros compañeros de juegos. Maldito cielo, sigue llorando mi tristeza, no ha parado en todo el mes.
Siento que si me despido te perderé de verdad. Porque el adiós significa que te he dejado ir. Mis palabras no te alcanzan allá en donde estás, pero para mí serán el final de nuestro tiempo juntas. Como desearía que estuvieras aquí y me dijeras con tu tono pesado de siempre que no es verdad, y que seguiremos juntas siempre. Qué mentiras. Porque en verdad el tiempo y la vida nos separó. Creo que las necesito.

¿Por qué tuvo que ser así? Alejarnos tanto y perderte tan lejos, para después encontrarte en un sueño de despedida. Ven, dime que no te arrepientes de nada de lo que pasamos juntas, que lo único malo fue el distanciamiento y que aún así siempre estuviste conmigo porque yo te pensaba y tú a mí. Dime que esto es una historia dentro de mi sueño y que cuando despierte seguirás aquí. Lejos, pero aquí.

Feliz Navidad

Hoy, aparte de abrir regalos y cenar delicioso, recuerden que es una noche para que repartan cariño. Sin más que desearles una feliz navidad, espero que aparezcan unos lindos comentarios bajo mi pinito.

Vaca cuadrada

Tengo una vaca, cuadrada 🙂

Osh, ahem… tengo una vaca, cuadrada 🙂

Dije que tengo una vaca cuadrada!

Close enough, que hace moo 🙂

Y me da leche fresquecita 😉