Este gato había viajado por todo el barrio. Conocía muchas gatitas y buscaba solo una que llenara su corazón. Desafortunadamente no la había encontrado. Cada día y noche seguía con su vida de gato: comía, dormía, perseguía ratones jugaba con pelusas, afilaba sus uñas y se fijaba en las gatitas a su alrededor.
Siempre había un pero, ojos muy juntos, muy separados, cola muy corta, muy larga, bigotes, color de pelo, tipo de maullido, que si platicaba mucho, o muy poco, superficial, profunda, inteligente, tonta… nada le satisfacía.
Entonces fue cuando pensó que su gata perfecta no estaba por ahí. Sino en algún otro lado, en otro barrio, en otro país. Así pues se despidió de sus amigos y familia y salió a buscar lo que le hacia falta en su corazón. Conoció nuevas comidas, nuevas maneras de comer, de dormir, de perseguir ratones, de jugar con pelusas, de afilarse las uñas, de maullar y claro, nuevas gatas. Pero ninguna cumplía con sus deseos, con su imagen perfecta.
Regreso por fin a su casa, a su barrio. Y al compartir sus aventuras muchas gatitas le consideraron un buen partido. Un gato de mundo, sabio pero sencillo. Sin embargo el no se intereso por ninguna de ellas.
La situación lo tenia preocupado. Por las noches pasaba horas pensado en donde estaba esa gatita. En sus pensamientos aquella gatita era blanca, reluciente, su cola era del tamaño justo y flotaba en el aire de un lado a otro mostrando que estaba contenta de verlo. Su maullido suave y coqueto le llenaba, era un animal fino y elegante pero con el que podía hablar de todo y nada. Que además compartía sus gustos, aunque no todos, un felino que sacrificaría cosas por el así como el lo haría por ella.
Esa visión lo llenaba, de día, de noche, en sueños, despierto. Y al compararla con la realidad nada llegaba a parecérsele, excepto… La luz clara de la luna y las estrellas que lo bañaban todas las noches. Eso tenia que ser, que su gatita perfecta no estaba en esta tierra, estaba en la luna. Esa era la única respuesta. Era por eso que el no la encontraba. Así, el salía todas las noches a ver la Luna, le maullaba llamando a su amor. Cada noche de cada día de cada semana de cada mes por muchos años la llamo y la llamo.
Sus amigos le vieron consumirse por un amor que no existía, un amor platónico que jamás se haría realidad. Dejo de hacer cosas por llamarle, por buscarle cada noche. Dormía mientras los demás vivían y el vivía para cantarle a la Luna. Algunos trataron de convencerlo pero nadie lograba entenderlo. Entender que el prefería morirse buscando su sueño que conformarse con una realidad a medias.