Lo veo todo.
Lo que fue, lo que es y lo que será.
Es como estar al pendiente de una telaraña que se expande al infinito. Y cada vez que me hacen una pregunta tardó mucho en responder. Nadie entiende esto, porque nadie sabe. ¿Cómo explicarlo?
Mi madre tenía pesadillas y visiones terribles cuando me cargaba, pronto dejó de hacerlo. Mi padre no soportaba siquiera rozar mi pelo. Rápido todo mundo aprendió a no tocarme. Nadie está realmente preparado para soportar la visión con la que nací.
Nadie entiende.
Y esta terrible telaraña me indica que no tiene caso explicar, lo intentó en miles de ocasiones, todos los hilos, todos los posibles resultados los sé; y en ninguno de ellos hay alguien que me comprenda. Me detengo.
La gente a mi alrededor descubre que puedo saber cosas, y comienzan a preguntar. Los hilos de la telaraña son claros en cuanto a lo que puede pasar si respondo. Trato de ayudar, de evitarles los caminos de dolor y sufrimiento que pueden tomar, y a veces eso implica que no responda sus preguntas. Pero a ellos eso no les gusta. Tonta de mi, me quede muy abajo al ver los hilos de los visitantes y no el mío. Me detengo.
La mejor opción según la telaraña es irme, lejos. Sola.
Así lo hago. Y vivo preguntándome quién me dio esto. Porque a veces es una maldición, pero otras es una bendición. Así como veo la destrucción, la envidia, codicia y otros males del mundo, también veo felicidad y amor. Y la pregunta que revolotea en mi cabeza últimamente es si debo o no llevar al mundo a una visión hermosa que tengo, o los dejo seguir trastabillando. ¿Tengo el poder de hacerlo? Si ¿Soy la persona indicada para tomar las decisiones? No lo sé.
Debo seguir pensando. Después de todo la decisión no la tengo que tomar ahora. Eso esperará hasta que llegues tú con la pregunta correcta.